¿Quién dijo miedo?

Porque nos desconocemos, estamos llenos de miedos. Miedo al amor, a la muerte. A nosotros mismos y a los otros. Al abandono y al fracaso. La soledad que provocamos y a la compañía que tenemos. A la dependencia y también a la libertad. La oscuridad de cualquier clase y a las imágenes de la muerte. A la vejez, que nos pone de empujón frente a lo que somos y hemos sido, frente a lo que hemos dejado de ser y frente a lo que seremos.

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Hay miedos que son instintivos y saludables. Representan una valiosa señal. Sin el miedo, no sobreviviríamos. Representa una respuesta de nuestro cuerpo para avisarnos y protegernos del peligro. Es un reflejo indispensable para la supervivencia, al igual que el dolor, pues nos permite detectar de antemano circunstancias peligrosas y protegernos. Hasta aquí, bienvenida sea la emoción universal gracias a la cual hemos sobrevivido a lo largo de millones de años.

Pero no todos los tipos de miedo son tan “amigos”, ni toda la categoría de temores son útiles. Cuando esta emoción provoca una reacción desproporcionada y constante a lo largo del tiempo, los miedos son patológicos y puede acabar manifestándose en forma de trastorno de ansiedad. Y si este miedo es continuado y no se supera puede incluso provocar cambios en nuestra vida diaria, en nuestras conductas creando limitaciones e interferencias en la consecución de nuestros objetivos, pudiendo favorecer la aparición de síntomas de depresión.

Cuando el miedo es irracional:

Con demasiada frecuencia sentimos miedo ante cosas que no son realmente peligrosas; esta emoción que nos puede salvar se confunde con excesiva prudencia, reticencia o desconfianza.  Miedos irracionales, excesivos, demasiado intensos, demasiado largos, responsables de la gran mayoría de nuestras limitaciones.

Para algunas personas, no es solo una emoción ocasional, sino, un “modo de ser”. Sufrir miedos con cierta frecuencia, irremediablemente va pasando factura. Poco a poco, comenzamos a darles mayor protagonismo y, sin darnos cuenta, nuestra vida gira en torno a ellos, haciéndose estos más grandes y fuertes, y nosotros más pequeños y débiles. Es evidente que la mayoría de nosotros solemos relacionarnos con el miedo desde el desconocimiento y de manera poco eficaz.

¿Qué pasos podemos seguir para salir de esta emoción negativa?

Pensamos en el miedo como un enemigo a evitar, algo que debe evitarse, y empleamos mucho esfuerzo para evitar y controlar algo que es inevitable e incontrolable. Creamos infinidad de estrategias para sortearlo e incluso muchos se desconectan emocionalmente para no sentirlo. Nos peleamos con él.

No parece que tenga mucho sentido quitarse de una información útil. El miedo es útil. De hecho, lo que realmente debería preocuparnos son los resultados del mismo. “Tenía miedo de que dirían de mí y no fui a la fiesta” “Por miedo al ridículo dejo de hacer cosas que me apetecen”

Este punto es crucial dejar de evitar y controlar la aparición del miedo y poner nuestro esfuerzo en afrontar estas situaciones con los mejores resultados posibles: “Me costó y fui a la fiesta, cuando empecé a aburrirme me fui” “En mitad de la clase hice una pregunta que parecía tonta, lo pasé fatal haciéndola, al final no lo era”.

Al exponernos a estas situaciones adquirimos herramientas para afrontarlas y reconocemos que mayormente los resultados no son tan terribles como anticipábamos. La no evitación aumenta nuestra autoestima.

Si deseas profundizar en estas herramientas que nos ayudan a combatir el miedo cuando no podemos gestionarlo por nosotros mismos, ponte en contacto con ACM psicólogos Madrid. A través de un proceso de psicoterapia te ayudaremos a encontrar tus propias estrategias de afrontamiento, y te acompañaremos en tu camino para que tu calidad de vida mejore.

 

Escrito por: Alba Ortiz

Psicóloga colaboradora de ACM psicólogos

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